Espejo de los antecedentes de nuestro país, los castillos nos revelan, posiblemente como ninguna otra muestra arquitectónica heredada, el patrimonio histórico de la tierra y de las gentes, y son capaces de sintetizar, en pocos metros de terreno, cientos de años de evolución, legados y sensaciones no vividas, pero no por ello frecuentemente imaginadas y trasladadas a nuestra memoria.

Los castillos, o incluso las solitarias ruinas de ellos, nos hablan de cuentos de honor, de relatos de guerra, de herencia, de miseria y grandeza, de cercano pasado y, en estos días, de ansias de identidad y pertenencia.

Cataluña nos obsequia, a nativos y visitantes, con innumerables muestras de la historia y recortes de nuestro pasado, en una impresionante fonoteca de sonidos de la Edad Media que, desde los altos roquedales de nuestra geografía, nos relatan estas construcciones de piedra que nos dominan y nos custodian cuando recorremos sus valles, del mismo modo, y con la misma solemnidad que hace mil años.

Tras la primavera del año 711, los musulmanes abrieron las puertas de la península, sometiendo al islam a su población hispano-visigoda, cuyos restos de nobleza se sumaron a los habitantes de las tierras del Pirineo, donde la posibilidad de resistencia era más viable.

Tenemos pues una pequeña comunidad pirenaica que sobrevive, con la acostumbrada vida agrícola y pastoril, a retaguardia de una línea de defensa, a base de pequeños castros (castrum) roqueros, amparada cultural y económicamente en torno a los antiquísimos monasterios herederos de la tradición religiosa hispanovisigoda.

En la medida en que el concepto de "Reconquista" iba cobrando fuerza, se iban consolidando los condados, y se arrebataban a los musulmanes valles y territorios, los castros o castillos iban delimitando y protegiendo todos aquellos enclaves recuperados al islam.

Tenemos pues, en el territorio, numerosos vestigios en forma de torres y casas fortificadas, castillos y murallas que hoy podemos contemplar, con mayor o menor esplendor, pero siempre con el bravo sabor de las manos que los alzaron.

El término castillo o "castell" proviene del latín castrum (castro o campamento fortificado) y de su diminutivo castellum que hace referencia a una posición fortificada. Los señores de estos castellum eran llamados castlans (castellanos), palabra que pudo derivar en catalans y, dada la gran abundancia de castillos en el país, el territorio fuera llamado Cataluña (o tierra de los castlans).

Del mismo modo que Castilla vino a significar "tierra de castillos", Cataluña significaría "tierra de castlans".